Detectan que los ordenadores cuánticos arrastran errores con el paso del tiempo
Los errores en los ordenadores cuánticos no siempre son instantáneos: pueden persistir, correlacionarse en el tiempo y afectar la fiabilidad de los cálculos futuros
Autor - Aldo Venuta Rodríguez
3 min lectura
Si un ordenador se equivoca, lo normal es pensar que el fallo ocurrió “en ese momento”. En los ordenadores cuánticos puede pasar algo más incómodo: ciertos errores no son chispas aisladas, sino marcas que permanecen y vuelven a influir después. Dicho simple, la máquina puede arrastrar parte de sus fallos durante un rato.
Esto importa porque mucha corrección de errores —la idea que debería volver fiable la computación cuántica— parte de una suposición práctica: que los fallos son, en general, independientes y “sin memoria”. Si esa base no se cumple, un chip puede lucirse en una tarea y, aun así, fallar de forma rara cuando se le pide repetición y resultados estables.
Lo nuevo es que se logró reconstruir cómo evolucionan los errores a lo largo del tiempo dentro de un proceso cuántico, no solo en una foto fija. En vez de medir “cuánto se equivoca” en un instante, el método sigue la secuencia: cuándo aparece el error, cómo cambia y si queda conectado con lo que sucede más tarde. Ahí está la idea central: los errores pueden persistir, evolucionar y correlacionarse entre distintos momentos.
El gran obstáculo era básico: a mitad del experimento hay que medir, pero medir cambia el sistema, y preparar el siguiente paso depende del resultado. La solución usa un giro pragmático: asumir que, en conjunto, la mitad de las veces el resultado es 0 y la otra mitad 1, y luego usar software para trabajar hacia atrás con los datos y deducir en qué estado estaba el sistema. No es vistoso, pero abre una ventana que antes estaba cerrada.
Lo comprobaron con procesadores superconductores de última generación, tanto en laboratorio como a través de ordenadores cuánticos en la nube de IBM. Incluso en máquinas punteras aparecen patrones sutiles: fallos que no son “ruleta pura”, conexiones en el tiempo y señales de que parte del problema puede venir de cúbits cercanos en el mismo chip. Para un lector común: a veces no es un error aislado, sino una interferencia que se contagia en el vecindario.
El impacto no es un “ya tenemos cuántica perfecta”, sino algo más útil: si sabes que los errores tienen memoria, puedes diseñar mejores pruebas para detectarlos y mejores estrategias para corregirlos. Un sistema que asume fallos independientes puede quedarse corto; uno que incluya estas dependencias puede ser más realista.
La pregunta abierta es cuánto de esta “memoria de errores” es inevitable y cuánto se puede domesticar con mejor hardware, controles más finos y protocolos de corrección más inteligentes. Si los fallos están conectados, no basta con parchear un punto: hay que entender la dinámica completa. Este avance no es una meta, sino un mapa más preciso antes de prometer autopistas.
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