Cada año se descubren miles de especies nuevas y el ritmo sigue aumentando
El aumento sostenido en el número de especies descritas refleja que amplias zonas del planeta y muchos grupos de organismos siguen poco explorados
Autor - Aldo Venuta Rodríguez
3 min lectura
Durante años se ha repetido una idea cómoda: que ya conocemos casi todo lo que vive en el planeta y que lo que queda por descubrir es anecdótico. Sin embargo, esa percepción empieza a desmoronarse. Lejos de agotarse, el ritmo al que se describen nuevas formas de vida no solo se mantiene, sino que va en aumento, y eso dice mucho más sobre nuestro desconocimiento que sobre la abundancia repentina de especies.
Lo que está ocurriendo es relativamente sencillo de explicar. Cada año se incorporan al catálogo científico miles de especies nuevas, desde insectos y plantas hasta peces y anfibios. No son solo microorganismos invisibles ni rarezas marginales. Muchas son formas de vida claramente diferenciables, que habían pasado desapercibidas por falta de exploración, de herramientas adecuadas o de atención sostenida en determinadas regiones del planeta.
Durante mucho tiempo se pensó que el gran trabajo de clasificar la vida ya estaba hecho, una herencia que se remonta a la época de Carl Linnaeus. La lógica era que, tras siglos de expediciones y colecciones, el número de especies pendientes debía ser cada vez menor. Ese razonamiento hoy resulta insuficiente porque partía de una visión muy limitada de dónde y cómo buscar.
El contexto ha cambiado de forma silenciosa. Se exploran más ecosistemas antes ignorados, como selvas remotas, fondos marinos profundos o regiones montañosas poco accesibles. Además, se revisan grupos enteros que se daban por bien conocidos y se descubre que escondían múltiples especies distintas bajo una misma etiqueta. La biodiversidad no estaba ausente: estaba mal contada.
Aquí aparece un punto crítico que suele pasarse por alto. Descubrir más especies no significa que sepamos protegerlas mejor de forma automática. Muchas de estas nuevas descripciones llegan tarde, cuando los hábitats ya están degradados o fragmentados. Además, el hecho de que el ritmo de descubrimiento supere al de extinción no elimina el problema de fondo: seguimos perdiendo especies sin haberlas identificado siquiera.
También hay límites claros en esta tendencia. El aumento en los descubrimientos depende de inversión, formación y continuidad en la investigación. Si se reducen los recursos o se concentra el esfuerzo solo en áreas rentables, el ritmo puede estancarse. Además, identificar una especie no equivale a entender su papel ecológico, su distribución real o su grado de amenaza.
Aun así, el panorama obliga a replantear una idea muy arraigada: no estamos ante un planeta ya inventariado, sino ante uno del que solo conocemos una parte. Cada nueva especie descrita no es una anécdota, sino una prueba de lo incompleto del mapa actual de la vida. Esa ignorancia tiene consecuencias directas en conservación, agricultura, salud y gestión del territorio.
La pregunta abierta no es cuántas especies quedan por descubrir, sino cuánto tiempo seguiremos tomando decisiones globales con una visión tan parcial del mundo vivo. Mientras el ritmo de descubrimiento siga creciendo, quedará claro que entender la biodiversidad no es un capítulo cerrado de la ciencia, sino un trabajo en pleno desarrollo.
Fuente: University of Arizona News
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