Microorganismos logran establecerse en lava volcánica pocas horas después de enfriarse en Islandia
La rápida colonización de lava recién enfriada en Islandia muestra que incluso los entornos más extremos pueden albergar vida microscópica en cuestión de horas
Autor - Aldo Venuta Rodríguez
4 min lectura
La idea de que la lava recién solidificada es un terreno completamente muerto empieza a quedarse corta. Un trabajo reciente realizado en Islandia muestra que, apenas horas después de enfriarse, estas rocas pueden empezar a albergar vida microscópica. No se trata de un proceso lento ni excepcional, sino de algo que ocurre con una rapidez sorprendente incluso en uno de los entornos más extremos del planeta.
La observación se realizó en las coladas generadas por las erupciones del volcán Fagradalsfjall, en la península de Reykjanes. Allí, los investigadores pudieron seguir de cerca cómo superficies que parecían totalmente estériles comenzaban a ser colonizadas casi de inmediato por microorganismos transportados desde el entorno.
La lava, al solidificarse, presenta condiciones que parecen incompatibles con la vida: altas temperaturas iniciales, ausencia de suelo, escasez de nutrientes y muy poca humedad. Sin embargo, ese estado dura menos de lo que se pensaba. En cuanto la roca se enfría lo suficiente, empieza a interactuar con el aire, el polvo y el agua que la rodean.
Cómo empieza la colonización de una lava recién formada
Uno de los hallazgos más llamativos es la rapidez del proceso. La colonización no requiere décadas ni siglos: puede comenzar en cuestión de horas o pocos días. Los primeros microorganismos llegan transportados por el viento, por partículas suspendidas en la atmósfera o por la lluvia que cae sobre la superficie aún joven.
En estas fases iniciales, la cantidad de vida es mínima, pero detectable. Con el paso del tiempo, esa presencia aumenta de forma gradual y constante. Aunque el entorno sigue siendo hostil, la roca deja de ser completamente inerte y empieza a funcionar como un microhábitat activo.
Los datos indican que este proceso no ocurre de forma caótica. A pesar de la dureza del entorno, las comunidades que se forman siguen ciertos patrones. Tras el primer asentamiento, la composición microbiana cambia con las estaciones, y el invierno marca un punto de inflexión en la forma en que llegan y sobreviven los organismos.
La lluvia desempeña un papel clave en esta etapa. No solo aporta humedad, sino que también transporta microorganismos desde otras zonas. En un terreno que retiene mal el agua, cada episodio de precipitación puede convertirse en una ventana breve pero decisiva para que nuevas formas de vida se establezcan.
Un entorno extremo que deja de ser estéril
Estas coladas volcánicas representan algunos de los ambientes con menor biomasa del planeta. Aun así, no permanecen vacías durante mucho tiempo. Su comportamiento se asemeja al de otros lugares extremos, como regiones polares o desiertos muy secos, donde la vida existe en cantidades mínimas pero persistentes.
Este hallazgo obliga a replantear cómo se entiende la sucesión ecológica temprana. Durante mucho tiempo se asumió que un terreno recién formado necesitaba largos periodos antes de albergar organismos. Ahora se observa que la activación biológica puede comenzar casi de inmediato, aunque su consolidación lleve años.
La idea de una roca completamente estéril empieza así a perder fuerza. Incluso en condiciones duras, la vida encuentra vías para instalarse, adaptarse y reorganizarse. El proceso no es uniforme ni rápido, pero tampoco tan lento como se creía.
Lo que este hallazgo sugiere más allá de Islandia
Las implicaciones van más allá del caso islandés. Si la vida puede establecerse con tanta rapidez en lava reciente, resulta razonable pensar que procesos similares pudieron ocurrir en otros momentos de la historia de la Tierra, cuando el vulcanismo era más frecuente y extenso.
Además, este tipo de observaciones resulta relevante para pensar en otros mundos. Superficies volcánicas existen en planetas y lunas donde hoy no hay vida conocida, pero donde pudieron darse condiciones transitorias favorables. En esos contextos, las señales no serían fósiles visibles, sino huellas químicas sutiles asociadas a colonizaciones tempranas.
El valor del estudio no está en afirmar que la vida sea común en cualquier lugar, sino en mostrar lo rápido que puede reaccionar cuando se abre una oportunidad mínima. La frontera entre lo inerte y lo vivo parece ser más flexible de lo que se asumía.
En conjunto, estas observaciones invitan a mirar la lava no solo como un símbolo de destrucción, sino también como un punto de partida. Incluso en paisajes recién creados por el fuego, la vida encuentra formas de abrirse paso y dejar rastro, casi en silencio, desde las primeras horas.
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