Por qué los parques eólicos marinos generan tanta polémica
Los parques eólicos marinos avanzan como pilar de la energía limpia, pero su expansión enfrenta críticas por el impacto visual, económico, ecológico y social en las zonas costeras
Autor - Aldo Venuta Rodríguez
4 min lectura
Los parques eólicos marinos deberían ser una de las grandes historias de éxito de la transición energética. Producen electricidad limpia, no dependen de combustibles fósiles y aprovechan un recurso abundante: el viento en alta mar. Sin embargo, en muchos países se han convertido en una fuente constante de protestas, litigios y divisiones políticas. ¿Por qué un proyecto pensado para reducir emisiones termina generando tanta polémica?
Para empezar, la ubicación es clave. A diferencia de los aerogeneradores en tierra, las turbinas marinas suelen instalarse cerca de zonas costeras donde viven comunidades que dependen del paisaje, el turismo y las actividades marítimas. Para muchos habitantes, ver gigantes de más de 200 metros sobresaliendo en el horizonte supone una pérdida de identidad del lugar. Lo que para algunos es una infraestructura necesaria, para otros es una alteración permanente del entorno.
El impacto económico también alimenta el debate. Las comunidades pesqueras temen la reducción de zonas de captura, los cambios en el comportamiento de los peces y la llegada de nuevas regulaciones que limiten su actividad. Los operadores turísticos temen perder atractivo si las vistas se llenan de turbinas. Y en algunos países, propietarios de viviendas costeras han denunciado una caída en el valor de sus propiedades cuando se anuncia un parque eólico frente a sus playas.
A nivel político, los parques eólicos marinos se han convertido en un campo de batalla. Algunos gobiernos los presentan como prueba de su compromiso climático, mientras que opositores denuncian proyectos precipitados, falta de consulta pública o contratos que benefician más a grandes empresas que a las comunidades locales. En lugares donde el proyecto llega acompañado de expropiaciones, restricciones marítimas o obras portuarias, la tensión crece aún más.
El debate ambiental tampoco es sencillo. Aunque la energía eólica reduce emisiones, la construcción y el funcionamiento de los parques plantean dudas legítimas. La instalación de turbinas puede alterar los fondos marinos, modificar rutas migratorias de aves y mamíferos y generar ruido submarino que afecta a especies sensibles. Si bien los estudios científicos muestran que muchos de estos impactos pueden mitigarse, no existe una regla universal: cada zona costera es distinta y cada hábitat responde de forma diferente.
A pesar de estas preocupaciones, también hay factores que explican por qué la polémica crece incluso cuando los impactos son mínimos. El ritmo de expansión es uno de ellos. Nunca antes se había intentado construir tantos parques eólicos marinos en tan poco tiempo. Este impulso acelerado, impulsado por objetivos climáticos cada vez más ambiciosos, a menudo deja a las comunidades con la sensación de que las decisiones se toman sin un debate real. Los plazos políticos presionan, pero la vida en la costa cambia despacio.
Otro elemento es la tecnología. Las turbinas actuales son mucho más grandes que hace una década. Pasar de máquinas de 3 o 4 megavatios a modelos de 12 o 15 megavatios significa estructuras colosales, visibles desde decenas de kilómetros. Incluso cuando el parque está lejos de la costa, su presencia puede dominar el paisaje en días despejados. Para algunas comunidades, esta escala genera un rechazo inmediato.
Sin embargo, también es cierto que la oposición no es uniforme. En regiones donde la transición energética se explica bien, la participación local es real y los beneficios económicos están garantizados, la aceptación es mayor. Algunos lugares han encontrado fórmulas de participación ciudadana, compensaciones claras o fondos para actividades pesqueras y conservación marina. En esos casos, la energía eólica marina se percibe más como una oportunidad que como una amenaza.
La polémica, en el fondo, no surge de la energía eólica en sí, sino de cómo se despliega. Se mezcla la preocupación por el paisaje, el temor a cambios económicos, la falta de comunicación y la velocidad del proceso. La transición energética necesita parques eólicos marinos, pero también necesita que las comunidades estén involucradas desde el principio y que el impacto visual, social y ecológico se gestione con transparencia.
Los aerogeneradores en alta mar seguirán creciendo en número y tamaño durante las próximas décadas. La cuestión es si lo harán con consenso o en medio de nuevas polémicas. Y eso dependerá tanto de la tecnología como de la forma en que se construyan las relaciones con quienes viven frente al mar.
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