Casi 7.000 centros de datos funcionan en condiciones térmicas poco adecuadas
La ubicación de miles de centros de datos prioriza energía, redes y regulación frente al clima, lo que penaliza su eficiencia y eleva de forma permanente el consumo eléctrico
Autor - Aldo Venuta Rodríguez
3 min lectura
Los centros de datos se han convertido en una infraestructura invisible pero esencial. Sostienen la nube, las plataformas digitales y, cada vez más, los sistemas de inteligencia artificial que consumen enormes cantidades de energía. El problema es que su expansión global se ha hecho con una lógica que empieza a chocar frontalmente con el clima: miles de estas instalaciones operan en lugares donde la temperatura ambiental juega en su contra desde el primer día.
Un análisis global reciente muestra que cerca de 7.000 de los 8.808 centros de datos activos en el mundo se encuentran fuera del rango térmico considerado óptimo para funcionar con eficiencia. No se trata solo de calor extremo. Muchos están en regiones demasiado frías o demasiado cálidas, lo que obliga a forzar sistemas de refrigeración o control de humedad durante todo el año, encareciendo la operación y elevando el consumo eléctrico de forma estructural.
El criterio de referencia no es arbitrario. La ASHRAE recomienda que el aire de entrada a los servidores se mantenga, idealmente, entre 18 y 27 grados. Fuera de ese margen, la eficiencia cae. Por debajo, aparecen problemas de condensación; por encima, el calor se vuelve un enemigo constante. El dato llamativo es que el mayor número de centros está fuera de rango por frío, pero los más problemáticos son los casi 600 situados en regiones donde el calor supera de forma persistente ese umbral.
Países como Singapur, Nigeria o Emiratos Árabes Unidos concentran sus centros de datos en zonas donde las temperaturas medias anuales superan con holgura los valores recomendados. Singapur es un caso extremo: calor elevado, humedad constante y, aun así, una enorme densidad de infraestructura digital que ya consume una parte significativa de la electricidad nacional. No es una anomalía aislada, sino una señal de hacia dónde se ha movido el sector.
La pregunta evidente es por qué se sigue construyendo ahí. La respuesta tiene poco que ver con la climatología. Pesan más la disponibilidad de energía, el acceso al agua, el precio del suelo, la cercanía a grandes nodos de red y, sobre todo, las regulaciones que obligan a mantener los datos dentro de las fronteras nacionales. El clima queda relegado a un segundo plano, incluso cuando supone una penalización energética permanente.
El impacto no es menor. Según la Agencia Internacional de la Energía, los centros de datos ya consumen alrededor del 1,5 % de la electricidad mundial, y esa cifra podría duplicarse antes de 2030. A medida que crecen las cargas de trabajo asociadas a la IA, el calor deja de ser un inconveniente técnico y se convierte en un problema económico y de red, especialmente en regiones donde la energía y el agua ya son recursos tensos.
Aquí está el punto crítico. La industria confía en mejoras de eficiencia y en nuevas formas de refrigeración, pero muchas de las instalaciones existentes no pueden adaptarse fácilmente sin inversiones masivas. Seguir construyendo en climas poco adecuados resuelve necesidades a corto plazo, pero compromete la sostenibilidad operativa a largo plazo. La expansión digital continúa, pero el mapa climático empieza a pasar factura. La cuestión ya no es si el problema existe, sino cuánto tiempo más puede ignorarse sin consecuencias mayores.
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