Los deepfakes superan al ojo humano y marcan el inicio de una nueva era de desinformación digital

Deepfakes más realistas que los humanos están redefiniendo la desinformación digital y desafiando a la democracia, la justicia y la confianza social

Autor - Aldo Venuta Rodríguez

4 min lectura

Comparación entre un rostro real y un deepfake mostrado en pantalla
Crédito: iceebook.com

Los avances recientes en inteligencia artificial generativa han dado lugar a un fenómeno sin precedentes: los deepfakes, es decir, videos y audios manipulados mediante IA, ahora pueden resultar más creíbles que las imágenes reales de personas auténticas. Esta evolución tecnológica está llevando a la desinformación a un nuevo nivel, donde distinguir lo verdadero de lo falso se convierte en una tarea casi imposible incluso para el ojo humano entrenado.

Un estudio reciente publicado en *PNAS Nexus* ha demostrado que las personas ya tienen más dificultades para detectar rostros generados por IA que los auténticos. En algunos casos, los deepfakes alcanzaron una tasa de credibilidad del 80 %, mientras que las imágenes reales no superaron el 65 %. Esta “hiperrealidad sintética” está diseñada para explotar los sesgos humanos de percepción y confianza, lo que facilita su uso en campañas de desinformación masiva, fraudes, chantajes y manipulación política.

La percepción humana: el nuevo eslabón débil

La eficacia de los deepfakes no se basa solo en la calidad técnica, sino también en su capacidad para adaptarse a nuestros patrones de reconocimiento facial y emocional. Las IA actuales son capaces de generar rostros con proporciones matemáticamente agradables, expresiones calibradas y microgestos cuidadosamente simulados. Este "realismo artificial" genera una falsa sensación de familiaridad, reduciendo el escepticismo del espectador.

Además, la confianza en los medios visuales ha sido históricamente alta. Las sociedades han aprendido a leer la verdad en el lenguaje no verbal: miradas, movimientos, voces. Pero cuando estos elementos pueden ser replicados con precisión quirúrgica, nuestra principal herramienta de validación —la percepción— se vuelve poco fiable.

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Impacto en la política, la justicia y los derechos civiles

La manipulación de videos de políticos, activistas o figuras públicas ya no es una amenaza hipotética. Se han registrado incidentes donde deepfakes se utilizaron para fabricar declaraciones falsas, alterar pruebas en procesos judiciales o difamar a adversarios. Estos casos desestabilizan instituciones, erosionan la confianza pública y abren la puerta a la censura preventiva bajo el pretexto del “riesgo digital”.

En países con regímenes autoritarios o en contextos de polarización extrema, los deepfakes permiten justificar detenciones, intervenir elecciones o promover narrativas falsas con apariencia de legitimidad. La propia noción de verdad empírica se ve comprometida, ya que todo puede ser falsificado y todo puede ser negado como deepfake, incluso cuando es real —un fenómeno conocido como “la negación plausible sintética”.

Tecnología que corre más rápido que la regulación

Si bien algunos países están legislando contra la producción y difusión de deepfakes maliciosos, la capacidad técnica para generarlos está ampliamente disponible en software de código abierto y plataformas comerciales. Herramientas como FaceFusion, Stable Video o HeyGen permiten crear falsificaciones audiovisuales en cuestión de minutos, incluso sin conocimientos avanzados en programación o edición.

La velocidad a la que evoluciona la IA generativa supera con creces la capacidad de los marcos regulatorios para adaptarse. En muchos casos, la legislación se limita a castigar el resultado (el daño) pero no regula la disponibilidad o la capacitación en el uso de estas herramientas. El desafío, por tanto, es doble: prevenir el uso indebido sin frenar la innovación legítima y constructiva de la IA en el ámbito educativo, artístico o terapéutico.

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Hacia una nueva alfabetización digital

Frente a esta nueva era de desinformación hiperrealista, expertos en ética tecnológica y medios digitales advierten que la solución no puede ser exclusivamente técnica. Filtrar contenido, etiquetar videos generados o crear detectores automáticos de deepfakes son herramientas útiles, pero insuficientes por sí solas. La clave está en una nueva alfabetización digital que prepare a las personas para un entorno donde la vista y el oído ya no son pruebas suficientes.

Esto implica enseñar pensamiento crítico, verificar fuentes, entender cómo se entrenan los modelos generativos y fomentar una actitud proactiva frente a los contenidos virales. Como señala la investigadora Kate Crawford, “la lucha contra la desinformación ya no se juega solo en los hechos, sino en la percepción”. Y en esa batalla, los deepfakes han tomado la delantera.

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