La Nebulosa de Orión, ubicada a solo 1.500 años luz de distancia, es un vivero estelar visible a simple vista en la constelación de Orión. Dentro de este paisaje cósmico, cientos de estrellas recién nacidas se encuentran en diversas etapas de formación, ofreciendo una oportunidad única para estudiar la evolución estelar.
Entre estas estrellas destacan las protoestrellas HOPS 150 y HOPS 153. HOPS 150, un sistema binario en el que dos protoestrellas orbitan entre sí, está rodeada por discos de polvo que alimentan su crecimiento. Una nube de gas y polvo oscurece parcialmente su luz, pero el brillo infrarrojo emitido revela que estas protoestrellas están a mitad de camino de convertirse en estrellas completamente formadas.
En contraste, HOPS 153, mucho más joven y aún envuelta en su nebulosa natal, es visible indirectamente gracias a un chorro brillante que emerge de su interior. Este chorro, claramente capturado por el Hubble, atraviesa el gas y el polvo circundantes, iluminando la dinámica compleja de su entorno estelar.
La influencia de estas protoestrellas va más allá de su crecimiento individual. Los chorros expulsados por HOPS 153 no solo redistribuyen material en el espacio interestelar, sino que también agitan y calientan el gas cercano. Este proceso puede regular la formación estelar en el vecindario, limitando la creación de nuevas estrellas y ralentizando su propio desarrollo.
Las imágenes capturadas por el Hubble en longitudes de onda específicas, como la luz infrarroja, permiten a los astrónomos observar cómo las protoestrellas interactúan con su entorno. Estos datos proporcionan claves valiosas para entender los procesos que dan forma a las estrellas y los sistemas planetarios en nuestra galaxia.