Cambios en el hielo antártico pueden alterar la circulación oceánica global
El equilibrio entre hielo marino y deshielo antártico sostiene una de las corrientes clave que regulan el clima del planeta
Autor - Aldo Venuta Rodríguez
3 min lectura
Durante décadas, el océano Antártico ha funcionado como una pieza silenciosa pero esencial del clima global. En sus márgenes se fabrica una de las corrientes más importantes del planeta: masas de agua extremadamente frías y densas que se hunden y ponen en marcha una circulación que conecta océanos y regula temperaturas a miles de kilómetros.
Esa maquinaria no es automática ni robusta. Depende de un equilibrio delicado entre hielo, viento y salinidad. Y ese equilibrio, según nuevas investigaciones, es mucho más frágil de lo que se pensaba en una zona clave de la Antártida Oriental.
El foco está en el cabo Darnley, uno de los pocos lugares del planeta donde se forma el llamado agua del fondo antártico. Allí, en invierno, el océano pierde calor, se congela la superficie y el agua que queda debajo se vuelve más salada y pesada. Esa agua se hunde y comienza un viaje lento hacia el norte que influye en la circulación oceánica global.
Lo que el nuevo estudio muestra es que esta fábrica natural funciona gracias a dos fuerzas opuestas que se compensan entre sí. Por un lado, la producción de hielo marino en una zona cercana —la polinia de Mackenzie— aumenta la salinidad y favorece la formación de agua densa. Por otro, el agua dulce procedente del deshielo de la plataforma de hielo Amery diluye el sistema y lo debilita.
Mientras ambas fuerzas se mantengan en equilibrio, el sistema sigue funcionando. El problema aparece cuando ese balance se rompe. Si entra demasiada agua dulce o si disminuye la formación de hielo marino, la cantidad de agua densa que se genera cae de forma apreciable.
Las simulaciones muestran diferencias claras: duplicar el deshielo de la plataforma Amery reduce la producción de agua densa alrededor de un 7%. Pero si la polinia de Mackenzie deja de funcionar, la caída ronda el 36%. No es un matiz técnico: es una alteración significativa de uno de los motores del clima global.
¿Por qué importa tanto? Porque estas aguas profundas actúan como una cinta transportadora planetaria. Redistribuyen calor, oxígeno y nutrientes, y ayudan a mantener estables patrones climáticos lejanos, desde las lluvias en África hasta las temperaturas en Europa.
Si esa circulación se debilita, los efectos no se sienten de inmediato, pero se acumulan con el tiempo. Cambios pequeños en regiones polares pueden traducirse, décadas después, en modificaciones persistentes del clima global.
Lo inquietante es que los procesos que amenazan este equilibrio ya están en marcha. El deshielo antártico aumenta y el hielo marino muestra signos de retroceso en varias regiones. No hace falta un colapso total para generar consecuencias: basta con desplazar ligeramente la balanza.
Además, el cabo Darnley no es una excepción aislada. Es uno de solo cuatro puntos conocidos donde se produce este tipo de agua profunda. Alterar uno de ellos reduce el margen de estabilidad de todo el sistema oceánico.
Este trabajo no predice un punto de no retorno inmediato, pero sí deja claro algo incómodo: el clima global depende de engranajes muy locales y sensibles. Y en la Antártida, algunos de esos engranajes empiezan a mostrar señales de desgaste justo cuando más los necesitamos funcionando.
Fuente: AGU Publications
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