La NASA lanza su segundo globo científico en la Antártida para rastrear señales del universo extremo
La NASA utiliza globos científicos sobre la Antártida para detectar señales extremadamente débiles del universo aprovechando la altitud y el hielo como detector natural
Autor - Aldo Venuta Rodríguez
3 min lectura
Lanzar un globo desde la Antártida no es una rareza logística, sino una decisión científica muy concreta, y que sea el segundo vuelo importa más de lo que parece. Significa que el experimento ya no es una prueba aislada, sino una apuesta que empieza a repetirse, a validarse y a ganar continuidad en uno de los entornos más extremos del planeta.
Este segundo globo ha alcanzado su altitud de flotación a unos 36 kilómetros sobre el hielo, donde puede permanecer durante semanas siguiendo corrientes estables alrededor del continente. Desde ahí, el instrumento no “mira” el espacio como un telescopio clásico, sino que escucha señales débiles que atraviesan la Tierra y dejan rastro cuando chocan con el hielo antártico.
Por qué el hielo es clave para detectar neutrinos
La misión que transporta, conocida como PUEO, busca captar emisiones de radio producidas cuando neutrinos de altísima energía interactúan con el hielo. Estas partículas llegan desde eventos extremos del universo, como la formación de agujeros negros o la fusión de estrellas de neutrones, y casi nunca interactúan con nada, lo que las hace muy difíciles de detectar.
El hielo antártico actúa como un enorme detector natural. Es limpio, estable y cubre una superficie gigantesca, lo que aumenta las probabilidades de que alguno de esos neutrinos deje una señal detectable. El globo no observa el hielo por curiosidad, sino porque convierte al continente entero en parte del experimento.
Por qué la NASA apuesta por globos y no por cohetes
Usar globos estratosféricos permite hacer ciencia de alto nivel a un coste mucho menor que una misión espacial tradicional. No sustituyen a los satélites, pero sí permiten probar instrumentos, repetir vuelos y recopilar datos durante largos periodos sin la complejidad de un lanzamiento orbital.
Que este sea el segundo vuelo indica precisamente eso: repetir, mejorar y afinar. No es una misión diseñada para prometer descubrimientos inmediatos, sino para ampliar poco a poco nuestra capacidad de detectar fenómenos que, por su naturaleza, apenas dejan huella.
El valor de este lanzamiento no está en una imagen espectacular ni en un titular épico, sino en la insistencia. Escuchar el universo extremo requiere paciencia, repetición y aceptar que muchas veces el avance consiste en aprender a oír mejor, incluso cuando lo que se busca apenas deja rastro.
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