Publicado: 13 abr. 2025

Riesgo extremo en EE.UU.: los estados más vulnerables a desastres naturales en 2025

Un reciente análisis identifica los estados estadounidenses que enfrentan la mayor amenaza combinada de huracanes, terremotos, incendios y otros fenómenos extremos en 2025

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Autor - Aldo Venuta Rodríguez

Camioneta Chevrolet circulando por una calle inundada durante un huracán en Key West, Florida
Créditos: Pixabay

La creciente frecuencia e intensidad de los desastres naturales se ha convertido en una de las preocupaciones más acuciantes a nivel global, y Estados Unidos no es una excepción. Un nuevo estudio, citado en informes recientes, traza un mapa actualizado del riesgo para 2025, identificando los estados que, por una combinación de factores geográficos, climáticos y socioeconómicos, se perfilan como los más vulnerables a la furia de la naturaleza. Desde las fallas sísmicas de California hasta las costas azotadas por huracanes de Florida y los corredores de tornados de Texas, el análisis subraya una realidad ineludible: el riesgo es omnipresente, pero no se distribuye de manera uniforme, y el cambio climático actúa como un potente amplificador.

Es crucial entender que el "riesgo" de desastre natural no se define únicamente por la probabilidad de que ocurra un fenómeno extremo (el peligro), sino por la interacción de este con la vulnerabilidad de la población y la exposición de infraestructuras y bienes. Un terremoto de magnitud similar tendrá consecuencias muy diferentes en una zona despoblada que en una metrópolis densamente construida. El estudio referido parece ponderar precisamente esta combinación: la recurrencia histórica de peligros como terremotos, huracanes, inundaciones, tornados o incendios forestales, junto con la densidad poblacional, la calidad de las construcciones, la capacidad de respuesta y los factores socioeconómicos que determinan la resiliencia de una comunidad.

California emerge consistentemente en estos análisis como un epicentro de riesgo múltiple. La notoria Falla de San Andrés mantiene la amenaza constante de un gran terremoto ("The Big One") que podría devastar áreas urbanas críticas. Pero el riesgo californiano va más allá de la actividad sísmica. Las sequías prolongadas, exacerbadas por el cambio climático, crean las condiciones perfectas para temporadas de incendios forestales cada vez más largas y destructivas, que arrasan comunidades enteras. A esto se suman los riesgos de inundaciones por "ríos atmosféricos" y el aumento del nivel del mar en sus zonas costeras, conformando un cóctel de amenazas de alto impacto.

Florida, por su parte, se consolida como el estado paradigmático de la vulnerabilidad a los huracanes. Su extensa línea costera de baja altitud, combinada con aguas del Atlántico y del Golfo de México cada vez más cálidas –combustible para tormentas más intensas– la sitúan en la diana temporada tras temporada. El principal peligro no es solo el viento, sino la letal marejada ciclónica y las inundaciones tierra adentro, que amenazan a millones de personas y a una infraestructura turística y residencial masiva desarrollada peligrosamente cerca del mar. El aumento del nivel del mar agrava aún más esta vulnerabilidad estructural.

Texas presenta un panorama de riesgos igualmente complejo y a gran escala. Parte del infame "Tornado Alley", el estado sufre regularmente el embate de tornados violentos. Su vasta costa del Golfo lo expone también a huracanes devastadores, como demostró Harvey en 2017. Además, Texas experimenta extremos climáticos que van desde sequías severas y olas de calor que favorecen los incendios, hasta lluvias torrenciales que provocan inundaciones repentinas. La magnitud de su territorio y la criticidad de su infraestructura energética añaden capas adicionales a su perfil de riesgo.

El papel del cambio climático como multiplicador de amenazas es un hilo conductor ineludible en el análisis del riesgo actual y futuro. No se trata solo de que los fenómenos sean más frecuentes o intensos –huracanes más potentes, temporadas de incendios más largas, lluvias más extremas–, sino de cómo estos cambios interactúan. El aumento del nivel del mar empeora las marejadas ciclónicas, las sequías aumentan el riesgo de incendio, y patrones climáticos alterados pueden influir incluso en la dinámica de las tormentas severas, haciendo que la predicción y la preparación sean aún más desafiantes.

Aunque California, Florida y Texas suelen acaparar los titulares por la magnitud de sus riesgos combinados, el estudio probablemente destaca otras zonas de alta vulnerabilidad. Luisiana sigue luchando contra la subsidencia del terreno, el aumento del nivel del mar y la amenaza de huracanes, una combinación letal. Estados del Corredor de Tornados como Oklahoma y Arkansas enfrentan una amenaza constante. El Noroeste del Pacífico (Washington, Oregón) combina riesgo sísmico (Zona de Subducción de Cascadia), volcanes activos e incendios forestales. La costa Este, incluyendo Nueva York y Nueva Jersey, es cada vez más vulnerable a tormentas costeras e inundaciones exacerbadas por el aumento del nivel del mar.

Ante este panorama, la resiliencia se convierte en la palabra clave. Si bien los peligros naturales no pueden eliminarse, su impacto devastador puede mitigarse significativamente. Esto implica invertir en infraestructuras más resistentes, mejorar los códigos de construcción, desarrollar sistemas de alerta temprana más eficaces, planificar el uso del suelo de forma inteligente (evitando construir en zonas de alto riesgo), restaurar ecosistemas protectores como humedales y, fundamentalmente, fortalecer la preparación y la capacidad de respuesta de las comunidades. La resiliencia no es solo una cuestión de ingeniería, sino también social y económica.

En conclusión, identificar los estados con mayor riesgo de desastres naturales, como pretende el estudio mencionado, no es un ejercicio de alarmismo, sino una herramienta fundamental para la planificación y la acción preventiva. La interacción entre los peligros naturales inherentes a cada región y las vulnerabilidades creadas por el desarrollo humano, todo ello amplificado por un clima cambiante, exige un enfoque proactivo y sostenido. Adaptarse a esta nueva realidad de riesgos crecientes es uno de los mayores desafíos que enfrenta Estados Unidos en el siglo XXI, requiriendo visión, inversión y un compromiso colectivo para proteger vidas y bienes.