La sexta extinción avanza sin titulares: especies desaparecen más rápido de lo que se informa

El planeta atraviesa una sexta extinción masiva, silenciosa y acelerada por el ser humano, que afecta miles de especies antes de ser registradas

Autor - Aldo Venuta Rodríguez

5 min lectura

Abeja
Las abejas, fundamentales para la polinización de cultivos, están en declive por pesticidas, enfermedades y pérdida de hábitat.

Mientras el mundo centra su atención en conflictos geopolíticos, pandemias y avances tecnológicos, una crisis silenciosa pero devastadora se desarrolla en segundo plano: la pérdida acelerada de biodiversidad. Científicos de todo el mundo coinciden en que estamos viviendo una sexta extinción masiva, comparable a la que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de años. La diferencia fundamental es que esta vez, el agente detonante no es un asteroide, sino la actividad humana.

Desde 1970, el planeta ha perdido en promedio el 69% de sus poblaciones de vertebrados salvajes, según el Living Planet Report del WWF. Esta cifra representa no solo una tragedia ecológica, sino también una amenaza directa a la estabilidad de los ecosistemas de los que dependemos. La mayoría de estas extinciones no ocupan portadas ni abren noticieros, pero sus consecuencias se acumulan de forma silenciosa e irreversible.

Una tasa de extinción sin precedentes en la era moderna

Estudios liderados por ecólogos como Gerardo Ceballos y Paul Ehrlich han revelado que las especies se están extinguiendo entre 100 y 1.000 veces más rápido que la tasa natural de fondo. Es decir, aquellas desapariciones que ocurrirían sin influencia humana. Aunque los registros paleontológicos muestran cinco eventos de extinción masiva en el pasado, todos ellos se desarrollaron a lo largo de millones de años. En cambio, la sexta está ocurriendo en apenas unas décadas.

Rinoceronte blanco
El rinoceronte blanco es una de las especies más amenazadas del mundo debido a la caza furtiva y la pérdida de territorio.

Este fenómeno no solo afecta a especies grandes y carismáticas como los tigres o rinocerontes. Insectos, anfibios, reptiles, aves y organismos marinos también enfrentan declives dramáticos. De hecho, muchos de ellos desaparecen sin siquiera haber sido identificados por la ciencia, lo que complica aún más el registro y comprensión de esta crisis global.

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La extinción actual se manifiesta tanto en la desaparición de especies como en la pérdida masiva de poblaciones individuales. Esta "aniquilación biológica", como la describen algunos estudios, erosiona las funciones ecológicas vitales como la polinización, el control de plagas y la fertilidad del suelo.

Causas humanas: deforestación, sobreexplotación y cambio climático

Entre las principales causas de esta sexta extinción se encuentra la destrucción de hábitats naturales, impulsada por la expansión agrícola, la urbanización y la deforestación. El Amazonas, el sudeste asiático y las sabanas africanas son ejemplos de regiones donde el ecosistema se ha fragmentado hasta niveles críticos.

A esto se suman la sobrepesca, el tráfico ilegal de fauna, la introducción de especies invasoras y la contaminación química. En los océanos, el aumento de temperatura y acidificación destruyen barreras coralinas enteras, mientras que millones de toneladas de plástico entran cada año en las cadenas alimenticias marinas.

El cambio climático, a su vez, actúa como multiplicador de amenazas. Alteraciones en los patrones de lluvias, olas de calor extremas y desplazamientos de zonas climáticas están obligando a muchas especies a migrar, adaptarse rápidamente o desaparecer.

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Orangután
El orangután, símbolo de la selva tropical asiática, enfrenta una rápida desaparición por la deforestación y el tráfico ilegal.

¿Por qué no se habla más de esta crisis?

A pesar de su magnitud, la sexta extinción sigue sin ocupar un lugar central en la agenda política ni mediática. Parte del problema es que se trata de un proceso gradual, disperso geográficamente y muchas veces invisible. A diferencia de los eventos súbitos como terremotos o pandemias, la desaparición de una rana en los Andes o de un insecto en Madagascar rara vez genera atención masiva.

Además, la narrativa predominante en muchos medios prioriza indicadores económicos y desarrollos tecnológicos, relegando la biodiversidad a una preocupación secundaria. Esto se traduce en una falta de urgencia en la formulación de políticas públicas, financiamiento para conservación y protección efectiva de hábitats.

Sin embargo, cada especie que desaparece representa una pérdida irreparable de información genética, de interacciones ecológicas y de potenciales beneficios para la salud, la alimentación y la resiliencia ambiental futura.

¿Qué se puede hacer para frenar esta pérdida?

La comunidad científica insiste en que aún hay tiempo para mitigar los peores escenarios. Proteger al menos el 30% de las áreas terrestres y marinas para 2030, como propone el acuerdo global de biodiversidad, sería un paso crucial. Pero también se requiere reducir el consumo de carne, replantear modelos agrícolas, regular el comercio de especies y frenar la deforestación a nivel industrial.

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A nivel individual, apoyar iniciativas de conservación, reducir la huella ecológica, exigir políticas responsables y divulgar esta crisis son formas efectivas de contribuir. La vida silvestre no es solo un adorno del planeta: es la red que sostiene nuestra propia supervivencia.

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