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Cómo funciona realmente el comunismo en China en el siglo XXI y qué hay de cierto en su imagen pública

China combina un sistema de partido único con economía de mercado socialista. Sus logros económicos contrastan con críticas por autoritarismo, vigilancia y desigualdad

Xi Jinping con fondo de Shanghái iluminado y la bandera de China semitransparente sobre la ciudad
Créditos: Iceebook

El comunismo en China genera percepciones divididas, algunos lo consideran un modelo exitoso que ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza, mientras que otros lo describen como un régimen autoritario disfrazado de socialismo. La realidad es más compleja y está marcada por una evolución profunda desde el siglo XX hasta la actualidad.

Bajo Mao Zedong, China implantó un comunismo ortodoxo que apostaba por la colectivización absoluta. Sin embargo, tras la muerte de Mao en 1976 y el fracaso de la Revolución Cultural, el Partido Comunista Chino (PCCh) adoptó una estrategia distinta con las reformas de Deng Xiaoping, dando origen al “socialismo con características chinas”.

Este modelo combina la planificación estatal con mecanismos de mercado, permitiendo el surgimiento de un capitalismo controlado por el Estado. Empresas públicas dominan sectores estratégicos mientras compañías privadas prosperan bajo estricta supervisión del PCCh, que continúa siendo la columna vertebral del poder político.

El Partido Comunista, con casi 100 millones de miembros, dirige todos los niveles de gobierno a través de una estructura jerárquica. El Buró Político y su Comité Permanente concentran el poder real, encabezados por Xi Jinping, quien desde 2012 ha reforzado la centralización y eliminado los límites de mandato presidencial.

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El control político se extiende a la vida cotidiana mediante un sistema de vigilancia masiva que incluye más de 700 millones de cámaras y el polémico sistema de crédito social. Este mecanismo premia o castiga conductas ciudadanas, desde respetar las leyes de tránsito hasta cumplir normas administrativas.

En el plano económico, el modelo ha demostrado una capacidad inédita de crecimiento. Desde los años ochenta, China ha logrado sacar a más de 800 millones de personas de la pobreza extrema y consolidarse como la segunda economía mundial, apoyada en la industria, la exportación y la innovación tecnológica.

Sin embargo, estos avances han generado contradicciones internas. El país enfrenta la mayor burbuja inmobiliaria de la historia, un elevado nivel de endeudamiento y una crisis demográfica marcada por el envejecimiento poblacional y la caída en la natalidad, factores que ponen en duda la sostenibilidad del modelo a largo plazo.

En el terreno internacional, China combina cooperación con competencia estratégica. Su influencia crece en organismos multilaterales y a través de proyectos como la Nueva Ruta de la Seda, mientras impulsa su papel en tecnologías clave como la inteligencia artificial, la energía renovable y la exploración espacial.

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Para muchos analistas, el sistema chino no es comunismo puro, sino un híbrido que mezcla elementos de capitalismo y socialismo bajo un control autoritario. La narrativa oficial lo presenta como un camino alternativo de modernización frente al modelo liberal occidental.

El comunismo en China del siglo XXI es, en definitiva, un régimen de partido único que utiliza herramientas de mercado para sostener el crecimiento económico, mientras asegura el control político mediante vigilancia y censura. Su imagen pública oscila entre admiración por sus logros económicos y críticas por sus restricciones a las libertades.

❓ Preguntas frecuentes

Es el modelo político y económico que combina la dirección del Partido Comunista con una economía de mercado regulada, introducido tras las reformas de Deng Xiaoping.

A través de una estructura jerárquica que controla todos los niveles del Estado, apoyada en el Buró Político y su Comité Permanente, dominado por Xi Jinping.

Ha sacado a más de 800 millones de personas de la pobreza extrema y se ha convertido en la segunda economía más grande del mundo.

Enfrenta una burbuja inmobiliaria, sobreendeudamiento, envejecimiento poblacional y críticas internacionales por censura, vigilancia y violaciones a los derechos humanos.

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