Pozos abandonados en Pensilvania podrían filtrar metano y metales al agua subterránea
Un equipo de investigadores de la Universidad Estatal de Pensilvania (Penn State) ha identificado un problema ambiental silencioso en los bosques del noroeste del estado. Miles de antiguos pozos de petróleo y gas, abandonados hace décadas, estarían filtrando metano y metales al agua subterránea. El hallazgo genera preocupación por el posible impacto en acuíferos que abastecen a comunidades rurales.
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El estudio, liderado por la profesora Susan L. Brantley, analizó 18 pozos en el Bosque Nacional Allegheny. Los resultados mostraron concentraciones elevadas de metano disuelto y trazas de hierro y arsénico que superan los límites de seguridad establecidos por la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Los científicos explican que el gas reacciona con la roca cercana, liberando metales tóxicos hacia el subsuelo.
Mediante modelos geoquímicos por computadora, los expertos comprobaron que el metano que se filtra desde los pozos deteriorados interactúa con los minerales del terreno, modificando la composición química del agua. Este proceso libera metales pesados que permanecían atrapados en la roca y facilita su dispersión hacia los acuíferos.
Además, los investigadores detectaron microorganismos que intervienen en este proceso químico. En algunos pozos predominaban bacterias que consumen metano, llamadas metanótrofos, mientras que en otros abundaban los metanógenos, que lo producen. Esta combinación agrava tanto las emisiones a la atmósfera como la contaminación del agua, según los expertos.
El artículo, publicado en la revista Geochimica et Cosmochimica Acta, advierte que los pozos antiguos carecen de estructuras modernas de sellado y tienden a deteriorarse con el paso del tiempo. En una de cada seis muestras analizadas, el nivel de arsénico superó los valores permitidos para el consumo humano, y en más de la mitad se registró un exceso de hierro disuelto.
Los investigadores señalaron que la dinámica microbiana de cada pozo depende de factores locales, como el tipo de roca, el flujo del agua subterránea y la cantidad de gas atrapado en el subsuelo. Estos elementos determinan si predomina un ambiente productor o consumidor de metano, influyendo directamente en el grado de contaminación.
Brantley advirtió que la magnitud del problema podría ser mucho mayor, dado que en Pensilvania existen más de 300.000 pozos antiguos y muchos no fueron sellados correctamente. “Con el deterioro de las tuberías, los gases migran al subsuelo y modifican la química del agua. Si no se interviene pronto, las fugas podrían representar un riesgo para la salud y los ecosistemas”, explicó la investigadora.
El equipo de Penn State subraya que este fenómeno no se limita a Estados Unidos: la integridad de los pozos abandonados es un desafío global que podría intensificarse con el tiempo. A medida que las estructuras metálicas se oxidan, las fugas aumentan y el riesgo de contaminación de acuíferos se hace más difícil de controlar.
El estudio también demuestra que la restauración de estos pozos no solo reduciría las emisiones de metano, sino que evitaría la liberación de elementos nocivos al agua. Sin embargo, los investigadores reconocen que los recursos para abordar el problema son limitados y que las tareas de monitoreo requieren un esfuerzo continuo.
Los autores de Penn State subrayan que la herencia de la era petrolera sigue presente bajo el suelo estadounidense. En lugares como Pensilvania, donde la extracción comenzó en el siglo XIX, los pozos olvidados se han convertido en una fuente invisible de contaminación que amenaza el equilibrio de los acuíferos y los ecosistemas subterráneos.
Fuente: Penn State University
Preguntas frecuentes
Reveló que miles de pozos antiguos podrían filtrar metano y metales como arsénico e hierro al agua subterránea cercana.
Porque sus estructuras corroídas permiten que gases y líquidos se filtren al subsuelo, contaminando acuíferos y manantiales.
Algunas bacterias generan metano y otras lo consumen, alterando la química del agua y favoreciendo la liberación de metales tóxicos.
Sellar los pozos más deteriorados, reforzar el monitoreo y aplicar políticas de restauración ambiental a largo plazo.
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