¿Qué sucedería si todo el hielo del planeta se derritiera?
El derretimiento total del hielo terrestre es un escenario extremo que la ciencia explora con creciente preocupación debido a sus consecuencias potencialmente catastróficas.
Autor - Aldo Venuta Rodríguez
4 min lectura
La Tierra alberga actualmente más de 26 millones de kilómetros cúbicos de hielo distribuidos entre los polos, glaciares de montaña y plataformas heladas. Aunque el derretimiento total de este hielo no es inminente, los escenarios más extremos del cambio climático sugieren que, de mantenerse la tendencia actual de emisiones y calentamiento, podríamos ver consecuencias irreversibles dentro de siglos. Pero ¿qué ocurriría si todo ese hielo se derritiera por completo?
El impacto más inmediato sería el aumento del nivel del mar. Según estimaciones de la NASA y el IPCC, si todo el hielo terrestre se derritiera, el nivel global del mar aumentaría más de 66 metros. Ciudades costeras como Nueva York, Londres, Buenos Aires, Shanghái y El Cairo quedarían sumergidas, y naciones insulares como Maldivas o Tuvalu desaparecerían por completo del mapa. Se estima que más de 3.000 millones de personas vivirían en regiones amenazadas por inundaciones permanentes.
Además del impacto geográfico, el derretimiento masivo alteraría profundamente los patrones climáticos globales. El hielo actúa como un regulador natural del clima: refleja entre el 80% y 90% de la radiación solar entrante. Sin las superficies blancas del Ártico y la Antártida, la Tierra absorbería mucho más calor, acelerando aún más el calentamiento global en un fenómeno conocido como "retroalimentación positiva".
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Otro efecto colateral sería el debilitamiento o incluso colapso de corrientes oceánicas clave como la Circulación Meridional de Retorno del Atlántico (AMOC), responsable de regular temperaturas en Europa y América del Norte. El vertido masivo de agua dulce en el Atlántico Norte por el deshielo de Groenlandia podría frenar esta circulación, provocando inviernos más severos en Europa y sequías prolongadas en los trópicos.
Los ecosistemas también se verían radicalmente transformados. Las especies adaptadas al hielo —como osos polares, focas, pingüinos y algunas especies de plancton— colapsarían. La cadena trófica marina se rompería, y los sistemas agrícolas sufrirían enormes alteraciones, desde la pérdida de suelos cultivables por la salinización hasta el desplazamiento de zonas fértiles hacia latitudes más elevadas.
En zonas altas como los Andes, el Himalaya o los Alpes, la desaparición de glaciares también tendría efectos devastadores en el suministro de agua dulce. Millones de personas dependen del deshielo estacional para abastecerse de agua potable y para riego agrícola. Su ausencia pondría en riesgo la seguridad hídrica de regiones enteras.
A nivel económico, las pérdidas serían astronómicas. Inundaciones, desplazamientos de población, daños en infraestructura, pérdida de zonas productivas y aumento de desastres naturales tendrían un costo global estimado en varios billones de dólares. La adaptación requeriría una transformación completa de las ciudades, políticas de migración masiva y redefinición de fronteras geográficas y políticas.
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Sin embargo, este escenario extremo también podría servir como advertencia poderosa. Nos recuerda que el hielo, aunque lejano y silencioso, es una pieza vital del equilibrio planetario. Su preservación no solo depende de decisiones científicas o tecnológicas, sino de la voluntad política y de la acción colectiva para mitigar el cambio climático.
A día de hoy, detener completamente el derretimiento del hielo no es realista. Pero sí lo es frenar su ritmo. Limitar el calentamiento global por debajo de los 2 °C, como establece el Acuerdo de París, permitiría preservar gran parte del hielo terrestre y evitar los escenarios más catastróficos. El futuro del planeta está literalmente en nuestras manos.
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