Publicado: 14 abr. 2025

El secreto del capibara: por qué el roedor más grande vive rodeado de depredadores sin ser atacado

La sorprendente tolerancia que muestran caimanes y otros depredadores hacia el capibara ha generado fascinación mundial. ¿Qué explica este fenómeno?

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Autor - Aldo Venuta Rodríguez

Capibara descansando con un ave amarilla sobre su cabeza en un entorno selvático
Créditos: Daniel Stuhlpfarrer en Pixabay

En los últimos años, el capibara —también conocido como carpincho— ha trascendido los límites de la zoología para convertirse en un símbolo cultural. Videos virales lo muestran compartiendo espacios con cocodrilos, jaguares e incluso humanos, sin mostrar signos de estrés o miedo. Las imágenes, tan sorprendentes como entrañables, han alimentado la idea de que este roedor gigante vive en armonía con todo ser viviente. Pero, ¿qué tan cierto es que "ni los cocodrilos se atreven a molestarlo"?

El capibara (Hydrochoerus hydrochaeris) es el roedor más grande del mundo, y habita humedales, sabanas y márgenes de ríos en Sudamérica. Su comportamiento gregario, su dieta herbívora y su carácter apacible le han valido una reputación de criatura pacífica. A diferencia de otros roedores, rara vez emite señales agresivas y prefiere la huida a la confrontación directa. Pero su legendaria calma no implica inmunidad ante los depredadores: caimanes, anacondas, jaguares e incluso humanos los cazan en distintos puntos del continente.

Primer plano del ojo de un capibara semisumergido en el agua
El ojo del capibara, atento y sereno bajo la superficie del agua. (Crédito: Herbert Aust en Pixabay)

Lo que diferencia al capibara no es la ausencia de depredadores, sino su habilidad para convivir con ellos en ciertos contextos sin desencadenar respuestas agresivas. En ecosistemas acuáticos como el Pantanal brasileño, se han documentado escenas donde capibaras descansan a escasos metros de caimanes. Lejos de ser intocables, estas interacciones responden a una combinación de factores: saciedad del depredador, falta de provocación, reconocimiento mutuo y, en muchos casos, habituación al contacto visual o espacial. En otras palabras, el capibara no es inmune al ataque, pero suele evitar comportamientos que activen el instinto predador.

Muchas de las imágenes virales que muestran a capibaras compartiendo espacio con depredadores provienen de zoológicos o santuarios, donde estos últimos están bien alimentados y no sienten la necesidad de cazar. En ese contexto artificial, la convivencia pacífica responde menos a una regla natural y más a una circunstancia controlada. Esto no resta valor al comportamiento del capibara, pero sí invita a matizar las conclusiones que se extraen de estos videos cuando se aplican a la vida silvestre.

Desde la etología, esta convivencia pacífica se analiza bajo el concepto de "tolerancia interespecífica". No se trata de una amistad entre especies, sino de una estrategia adaptativa: evitar conflictos reduce riesgos y gastos energéticos. Muchos depredadores no atacan si no hay necesidad urgente de alimentarse. El capibara, con su actitud relajada, su andar lento y su cuerpo voluminoso, puede parecer poco interesante como presa si hay opciones más vulnerables o dinámicas alrededor. Así, su flemática existencia se convierte en una forma pasiva de defensa.

Grupo de capibaras bebiendo agua en una charca natural
Una familia de capibaras en una charca, símbolo de vida social pacífica. (Crédito: Masakazu Kobayashi en Pixabay)

Por otro lado, la imagen del capibara como ser zen ha sido potenciada por la cultura pop y las redes sociales. Desde cuentas en TikTok hasta memes en X (Twitter), su serenidad ha sido exagerada o romantizada. Algunos incluso lo han llamado "el Buda del reino animal". Esta humanización, aunque simpática, oscurece realidades biológicas complejas: el capibara sufre estrés, puede enfermar, y es objeto de caza furtiva en varias regiones. Ignorar estos hechos puede convertir una admiración legítima en una visión infantilizada o superficial.

En definitiva, el capibara no es invulnerable ni mágico. Su comportamiento pacífico y su lenguaje corporal no amenazante lo hacen un modelo fascinante de convivencia pasiva en la naturaleza. Pero reducirlo a un meme simpático es perder de vista su riqueza ecológica, su papel en los humedales y las amenazas que enfrenta. Lo que lo hace especial no es que "ni los cocodrilos se atrevan a molestarlo", sino su capacidad de coexistir sin conflicto cuando el entorno lo permite. Y en eso, tal vez sí tenga algo de sabiduría.