La estupidez como síntoma final de la decadencia humana

En tiempos de crisis de sentido y valores, la estupidez colectiva se convierte en la señal inequívoca del colapso social y moral, pero también en un reto para la inteligencia y la creatividad humana

Autor - Aldo Venuta Rodríguez

5 min lectura

Multitud en una ciudad futurista y sombría, con la mayoría absorta en sus teléfonos y pantallas gigantes que muestran memes
Imagen ilustrativa. Créditos: Iceebook

El triunfo de la banalidad en la era digital

Vivimos en una época donde la trivialidad humana ha dejado de ser anécdota para convertirse en espectáculo global y, peor aún, en moneda social. Antes, la necedad era corregida o, en el peor de los casos, ignorada. Hoy, lo superficial se premia con likes, viralidad y fama instantánea. El internauta irreflexivo ya no solo encuentra eco, sino que dispone de tribuna mundial.

Las redes sociales han elevado al rango de referentes a quienes convierten la ignorancia en tendencia y la torpeza en aspiración. Aplaudimos retos absurdos, replicamos frases vacías y convertimos lo insustancial en modelo a seguir. Lo preocupante no es solo la existencia de la insensatez, sino su glorificación, impulsada por algoritmos que priorizan lo viral sobre lo valioso.

¿Cómo llegamos aquí? La humanidad siempre ha tenido su cuota de desvarío, pero lo novedoso es la escala, la velocidad y la legitimidad social que adquiere hoy en día. En la antigua Roma, la decadencia se asociaba al exceso y la superficialidad; en nuestro tiempo, estos síntomas se mezclan con una exaltación de la ignorancia y un creciente desprecio por el pensamiento crítico. Sin embargo, sería injusto no reconocer que la tecnología, ese mismo canal que difunde la frivolidad, también democratiza el acceso al saber y da voz a millones que antes no la tenían.

El vacío intelectual se ha masificado, pero también el conocimiento. La opinión más descabellada goza de la misma visibilidad que la información rigurosa y, a veces, tiene mayor poder de contagio. En paralelo, movimientos de divulgación científica y campañas educativas positivas también se viralizan: desde los videos de expertos en TikTok hasta plataformas abiertas que llegan a millones. La red es, en definitiva, un espejo de nuestros extremos.

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Ignorancia y estupidez: una distinción necesaria

No es lo mismo desconocer que rechazar activamente el aprendizaje. La ignorancia es simplemente falta de información, una condición reversible mediante la curiosidad y el deseo de aprender. En cambio, la cerrazón intelectual consiste en la negativa a cuestionar, a reflexionar o a buscar conocimiento, incluso teniendo recursos a disposición. Es una actitud de rechazo a la sensatez y al debate racional. El ignorante puede preguntar; el que desprecia el saber se aferra a sus errores como si fueran banderas.

Como advirtió Carlo Cipolla en sus Leyes fundamentales de la estupidez humana, la insensatez puede anidar incluso en personas instruidas y tecnológicamente conectadas. Su poder destructivo no reside en la falta de inteligencia, sino en la ausencia de voluntad para pensar y considerar el impacto colectivo de los propios actos.

De la crítica social al conformismo viral

En otros tiempos, los sabios alertaban sobre el peligro del desconocimiento y la manipulación. Hoy, quien alza la voz contra la superficialidad digital corre el riesgo de ser tachado de elitista o irrelevante. El miedo a la impopularidad ha convertido el pensamiento crítico en especie en peligro de extinción, aunque aún persisten oasis de lucidez entre el ruido de la red.

No todo está perdido: iniciativas que promueven el análisis crítico, el humor inteligente y el debate informado encuentran eco en millones de personas cansadas de la mediocridad. Proyectos como “Verificado”, movimientos contra la desinformación y plataformas de fact-checking demuestran que la inteligencia colectiva puede renacer si sabemos aprovechar la digitalización.

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La cultura del meme y la ironía puede ser aliada o enemiga: anestesiar el juicio o, si se usa con intención, sacudir conciencias y provocar reflexión. El reto es recuperar el equilibrio, distinguir entre la risa constructiva y el conformismo bobo, sin dejar que la banalidad se convierta en anestesia permanente.

Soluciones y caminos de esperanza

¿Hay salida? Sí, pero exige esfuerzo colectivo. La clave está en la educación, la promoción de la curiosidad, el diálogo intergeneracional y la defensa activa del pensamiento crítico tanto en la escuela como en el hogar y la plaza digital. Los algoritmos pueden cambiar si la sociedad lo demanda, y la inteligencia colectiva puede, con tiempo y constancia, volver a ser tendencia.

Abundan los ejemplos positivos: campañas virales de solidaridad, iniciativas para combatir noticias falsas y movimientos ciudadanos que frenan la desinformación. El mismo mundo que parece naufragar en la superficialidad aún conserva reservas de lucidez y generosidad que, cuando se activan, demuestran que la humanidad no está condenada.

La decadencia humana en este siglo no será por falta de recursos o catástrofes, sino por la renuncia al esfuerzo intelectual y el desprecio por el saber. Pero mientras existan quienes resistan la mediocridad y promuevan la inteligencia colectiva, el colapso no será inevitable. El futuro se juega cada día, en cada decisión individual y colectiva.

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Preguntas frecuentes

¿Cuál es la diferencia entre ignorancia y estupidez?

La ignorancia es falta de conocimiento, la estupidez es rechazar aprender y pensar, incluso teniendo acceso a la información.

¿Las redes sociales solo promueven la estupidez colectiva?

No, también pueden difundir conocimiento y pensamiento crítico si se usan conscientemente.

¿Hay ejemplos positivos de resistencia a la banalidad?

Sí, existen campañas virales solidarias, proyectos de fact-checking y comunidades que promueven la educación digital.

¿Se puede revertir la decadencia mental colectiva?

Sí, a través de educación, curiosidad, pensamiento crítico y participación activa en la vida social y digital.

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