Aunque solemos asociar los terremotos con causas naturales, la evidencia científica ha demostrado que ciertas actividades humanas pueden desencadenar movimientos sísmicos significativos. Estos fenómenos, conocidos como “terremotos inducidos”, están cada vez más documentados y generan un intenso debate sobre la responsabilidad de industrias extractivas, obras de ingeniería y procesos industriales.
Entre las principales causas se encuentra la fracturación hidráulica o “fracking”, utilizada para extraer gas o petróleo. Esta técnica implica la inyección de grandes volúmenes de agua y productos químicos en el subsuelo, lo que puede alterar la presión de los fluidos en fallas geológicas preexistentes, provocando su reactivación. Casos documentados en Oklahoma, EE. UU., muestran cómo zonas de baja sismicidad comenzaron a registrar terremotos tras el aumento de pozos de fracking.
Otra fuente relevante de sismicidad inducida es la construcción de grandes represas. La presión ejercida por los embalses puede afectar las fallas geológicas del entorno. Uno de los casos más famosos ocurrió en la India con la represa de Koyna, que desde su construcción en los años 60 ha sido epicentro de cientos de eventos sísmicos, incluido uno de magnitud 6.3 en 1967 que dejó más de 200 muertos.
La minería a cielo abierto y subterránea también puede alterar el equilibrio geomecánico del terreno. La extracción masiva de material y la creación de vacíos en el subsuelo generan tensiones que pueden derivar en sismos, aunque generalmente de menor intensidad. Sin embargo, en ciertas regiones mineras como Sudáfrica, se han registrado terremotos mortales vinculados directamente a estas prácticas.

Incluso el almacenamiento subterráneo de residuos, como el dióxido de carbono en proyectos de captura y almacenamiento de carbono (CCS), podría tener un impacto sísmico si no se gestiona con extrema precaución. La inyección de gases a presión puede modificar la estabilidad del subsuelo, una hipótesis que preocupa a los expertos que estudian las consecuencias a largo plazo del cambio climático y las tecnologías asociadas.
La sismicidad inducida también ha sido detectada en zonas donde se llevan a cabo proyectos de geoingeniería, perforaciones profundas o extracción masiva de agua subterránea. En todos los casos, el factor común es la alteración de la presión o las estructuras internas de la Tierra por acción humana, algo que hasta hace pocas décadas se consideraba improbable.
Frente a este panorama, muchos geólogos piden establecer marcos regulatorios más estrictos que contemplen el riesgo sísmico antropogénico antes de aprobar nuevos proyectos. Además, instan a las empresas a monitorear de forma constante las condiciones geológicas y aplicar sistemas de alerta temprana que permitan actuar a tiempo ante cualquier anomalía.
Reconocer que los humanos también pueden causar terremotos representa un cambio de paradigma en la comprensión del planeta. No se trata solo de convivir con la naturaleza, sino de asumir que nuestras acciones pueden desatar fuerzas que tradicionalmente atribuíamos únicamente a causas naturales.
Referencias: USGS – Induced Earthquakes