Mark Carney, recién elegido como primer ministro de Canadá, ha prometido transformar al país en una “superpotencia energética”, al tiempo que reafirma su compromiso con los pueblos indígenas. Su victoria marca un cambio político tras la dimisión de Justin Trudeau, y una respuesta a las posturas nacionalistas del expresidente estadounidense Donald Trump.
Carney, exbanquero central y figura reconocida por su trabajo climático en Naciones Unidas, ha adoptado un enfoque dual: promover tanto las energías limpias como las convencionales, mientras promete colaboración con las comunidades indígenas. Sin embargo, su postura genera tanto expectativas como dudas en grupos de defensa ambiental e indígena.
Una política energética ambiciosa con tensión social y ambiental
En su discurso de victoria el 29 de abril en Ottawa, Carney declaró: “Construyan, nena, construyan”, parafraseando el lema petrolero de Trump. Su versión apunta a desarrollar infraestructura energética y construir medio millón de viviendas asequibles, sin olvidar su meta de independencia energética canadiense.
Esta postura, sin embargo, no ha sido recibida sin reservas. Organizaciones como Indigenous Climate Action califican su victoria como “el menor de dos males”, señalando que tanto Carney como su oponente Pierre Poilievre han prometido acelerar proyectos extractivos. “La supuesta soberanía canadiense no debería ir en detrimento de la soberanía indígena”, subrayan.
Poilievre, que se oponía al proyecto de ley que alineaba las leyes canadienses con la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, había prometido una expansión agresiva del petróleo y gas. La elección de Carney mantiene en descenso las emisiones, pero aún insuficientes según expertos.
Promesas indígenas: entre compromisos históricos y expectativas renovadas
Carney ha prometido gobernar en “plena colaboración con las Primeras Naciones, los inuit y los métis”. Su programa plantea apoyar procesos liderados por indígenas, ampliar la financiación para servicios básicos y duplicar la inversión en infraestructura en comunidades indígenas, de 5.000 a 10.000 millones de dólares.
Además, busca consagrar el derecho al agua en la legislación, crear 10 nuevos parques nacionales, 15 parques urbanos y programas específicos para la tutela indígena del Ártico. También ha prometido acceso gratuito a los parques este verano como medida simbólica y de inclusión ambiental.
Cindy Woodhouse Nepinak, jefa nacional de la Asamblea de Primeras Naciones, expresó cierto optimismo: “Las Primeras Naciones no están en contra del desarrollo, pero quieren un enfoque sostenible. No tenemos otro planeta al que enviar a nuestros hijos”.
Un equilibrio difícil en el Parlamento y en el clima político
El Partido Liberal de Carney no logró una mayoría parlamentaria, lo que exigirá alianzas para aprobar reformas clave. Su predecesor, Trudeau, sí lo logró en 2015, lo que facilitó medidas como el impuesto al carbono, recientemente eliminado por Carney debido a su impopularidad electoral.
Este giro estratégico ha sido criticado por ambientalistas, pese a que el 80% de los canadienses recibían reembolsos. La eliminación ayudó a debilitar la campaña opositora, pero también plantea interrogantes sobre la coherencia climática del nuevo gobierno.
Entre expectativas y presión: el verdadero trabajo empieza ahora
Carney hereda la presión de la industria energética para favorecer al petróleo y gas, y de los ambientalistas para mantener compromisos con el Acuerdo de París. Su programa incluye liderar en captura de carbono, incentivos para tecnologías limpias y menos penalizaciones regulatorias.
“Impidimos que un gobierno de extrema derecha tomara el poder”, dijo Amara Possian de 350.org. “Pero el verdadero trabajo está por delante: construir un futuro donde el clima esté protegido y nuestras comunidades prosperen”.