Durante décadas, los científicos se han preguntado por qué algunos meteoritos que contienen carbono muestran menos evidencia visible de haber sufrido impactos violentos en el espacio. Ahora, un estudio liderado por el astrofísico Kosuke Kurosawa de la Universidad de Kobe ha dado con la clave: los gases extremadamente calientes generados por estos impactos expulsan la evidencia de daño fuera del meteorito. Lejos de ser menos impactados, estos cuerpos simplemente eliminan los rastros del choque.
Este hallazgo, publicado en la revista Nature Communications, resuelve un misterio que ha intrigado a la comunidad científica por más de 30 años. El equipo de investigación replicó impactos a alta velocidad utilizando un cañón de gas ligero de dos etapas, capaz de disparar proyectiles en una cámara sellada sin contaminar los gases resultantes. El objetivo: simular las condiciones de colisión de meteoritos ricos y pobres en carbono.
Los resultados fueron reveladores. En las muestras con carbono, los impactos generaron monóxido y dióxido de carbono a temperaturas extremadamente elevadas. Estos gases, al expandirse con rapidez, generaron una explosión capaz de expulsar el material rocoso más afectado por el impacto. En cambio, este fenómeno no se observó en los meteoritos pobres en carbono, donde la evidencia del choque permanece intacta.

Kurosawa explica que esta dinámica implica una reinterpretación de los registros de impactos en meteoritos. “Los meteoritos ricos en carbono no son menos impactados: simplemente expulsan la evidencia”, afirma. Esto cambia el enfoque de análisis para científicos planetarios y astrobiólogos, quienes hasta ahora asumían que la ausencia de señales de impacto indicaba menor violencia cósmica.
Este fenómeno tiene implicaciones directas en la exploración del sistema solar. Según los cálculos del equipo, cuerpos celestes más grandes como el planeta enano Ceres podrían retener parte del material expulsado gracias a su gravedad, permitiendo la acumulación de fragmentos altamente impactados en su superficie. Esta observación ofrece una guía para futuras misiones de muestreo en asteroides y planetas menores.
El estudio fue financiado por entidades como la Sociedad Japonesa para la Promoción de la Ciencia, la Asociación de Ciencia y Tecnología de Hyogo, el Consejo de Instalaciones de Ciencia y Tecnología del Reino Unido y el programa ISAS/JAXA. También contó con la colaboración del Instituto Tecnológico de Chiba y el Imperial College de Londres, y con apoyo computacional del Observatorio Astronómico Nacional de Japón.
La Universidad de Kobe, que lideró este avance, es una de las instituciones académicas más prestigiosas de Japón, destacándose por su enfoque interdisciplinario. Este estudio es un ejemplo claro de cómo la integración de conocimientos en física de impactos, geoquímica y astrofísica puede resolver enigmas fundamentales sobre la historia de nuestro sistema solar.
Este descubrimiento no solo ofrece una nueva mirada sobre la evolución de los meteoritos, sino que también amplía nuestra comprensión sobre los procesos físicos que moldean cuerpos planetarios, y plantea preguntas fundamentales para la astrobiología y la búsqueda de vida en el universo primitivo.
Referencias: Artículo en Nature Communications