El cambio climático intensifica lluvias extremas y prolonga sequías globales

Las alteraciones del ciclo del agua por el calentamiento global están generando eventos más extremos y desequilibrios prolongados

Autor - Aldo Venuta Rodríguez

3 min lectura

Contraste entre intensas lluvias sobre el mar y una severa sequía en tierra agrietada
Por cada grado de calentamiento, la atmósfera retiene un 7 % más de vapor de agua, intensificando lluvias y sequías a la vez. Créditos: iceebook.com

El planeta está experimentando transformaciones radicales en su ciclo hidrológico, impulsadas por el aumento de las temperaturas globales. El calentamiento atmosférico intensifica la evaporación y altera la circulación de la humedad, provocando fenómenos extremos tanto por exceso como por escasez de agua. Lluvias torrenciales, inundaciones repentinas y sequías más largas están dejando de ser excepciones para convertirse en parte del nuevo patrón climático.

Un informe reciente del IPCC advierte que el cambio climático está provocando una redistribución de las precipitaciones. Las zonas húmedas tienden a volverse más húmedas y las secas, más secas. Además, las lluvias tienden a concentrarse en menos días, lo que multiplica el riesgo de catástrofes. En América del Sur, por ejemplo, las cuencas del Amazonas y del Paraná han experimentado extremos opuestos en apenas una década: crecidas históricas seguidas de sequías devastadoras.

Este fenómeno se debe a que una atmósfera más caliente puede retener más vapor de agua: por cada grado Celsius, su capacidad aumenta un 7 %. Esto genera tormentas más intensas cuando se liberan las precipitaciones, pero también retrasa el inicio de las lluvias, prolongando los periodos de sequía. El resultado es un clima más errático, difícil de predecir y con un impacto directo en la agricultura, la salud y la seguridad hídrica.

La agricultura es una de las grandes víctimas de este desequilibrio. Las lluvias irregulares afectan los ciclos de cultivo, erosionan los suelos y reducen el rendimiento de las cosechas. Al mismo tiempo, las sequías prolongadas disminuyen la disponibilidad de agua para riego y ganadería. En regiones como el Cuerno de África, esto ha derivado en crisis humanitarias con desplazamientos masivos de población.

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Las ciudades también sufren las consecuencias. Las lluvias intensas colapsan los sistemas de drenaje urbano, provocan deslaves, y contaminan fuentes de agua potable. Las sequías, por su parte, obligan a implementar racionamientos y restringen el acceso a recursos básicos. Algunas megaciudades como Ciudad del Cabo, São Paulo y Los Ángeles ya han enfrentado escenarios de “día cero”, en los que los embalses estuvieron a punto de agotarse.

Los científicos coinciden en que este patrón de extremos simultáneos no solo continuará, sino que se agravará si no se reducen drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. El calentamiento global actúa como un multiplicador de riesgos, agravando fenómenos naturales que antes eran menos frecuentes o intensos. Adaptarse a este nuevo régimen hídrico será clave para evitar pérdidas humanas y económicas.

Las soluciones pasan por una gestión más inteligente del agua: desde sistemas de recolección de lluvias hasta tecnologías de irrigación eficiente. También se requiere planificación urbana que contemple infraestructura resiliente al clima, así como políticas públicas que integren ciencia, prevención y justicia climática. Las comunidades más vulnerables deben estar en el centro de las estrategias de adaptación.

El agua, elemento vital para la vida y la economía, se está convirtiendo en el rostro más visible del cambio climático. Si no actuamos con decisión, el precio será medido en inundaciones más destructivas, cosechas fallidas y regiones enteras condenadas a la aridez. Lo que está en juego no es solo el clima, sino el equilibrio mismo que sostiene a las sociedades humanas.

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