Un estudio revolucionario publicado en la revista Science advierte que las estrategias naturales de adaptación, como la evolución genética y el flujo genético entre poblaciones, ya no son suficientes para salvar a las plantas de montaña frente al ritmo acelerado del cambio climático. La investigación, liderada por Jill Anderson y su equipo, se basó en un experimento de campo de nueve años que abarcó más de 102.000 individuos de la especie Boechera stricta en Colorado.
A pesar de estar ampliamente distribuida y contar con adaptaciones locales, esta planta de la familia de las mostazas no pudo mantener su rendimiento bajo escenarios climáticos actuales y futuros simulados. Los datos muestran que incluso dentro de su área de distribución nativa, la ventaja genética local se erosiona, y el flujo genético natural no logra contrarrestar el avance de las condiciones más cálidas.

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“Este hallazgo rompe con la suposición de que una especie puede sobrevivir mientras permanezca dentro de su rango climático general”, comenta Anderson. Los resultados revelan que el riesgo de extinción no se concentra únicamente en los márgenes cálidos del hábitat, sino en todas las elevaciones.
Los científicos manipularon la capa de nieve para replicar variaciones climáticas, integrando esos datos en modelos evolutivos demográficos que reflejan condiciones preindustriales, actuales y proyectadas. El modelo mostró que el cambio climático está superando la velocidad de respuesta evolutiva de las plantas y desplazando sus zonas óptimas de supervivencia más rápido de lo que pueden migrar.
Un factor clave descubierto fue la dirección del flujo genético: en muchas especies de montaña, los genes viajan cuesta abajo, lo cual obstaculiza la posibilidad de que las poblaciones más altas adquieran genes beneficiosos para soportar el calor. Esta asimetría genética agrava la vulnerabilidad de las especies frente al calentamiento global.
Ante este escenario, los investigadores plantean una solución arriesgada pero potencialmente efectiva: el flujo genético asistido. Esto implica trasladar deliberadamente individuos genéticamente preadaptados a nuevas regiones, para preservar la diversidad y aumentar la resiliencia. Sin embargo, advierten que esta práctica debe ser gestionada cuidadosamente para evitar efectos ecológicos negativos.

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En un artículo complementario, la bióloga Sally Aitken reflexiona: “Las lecciones de Anderson et al. son esclarecedoras. Aunque una especie tolere un rango climático amplio, sus poblaciones locales pueden colapsar si no logran adaptarse en sus microambientes específicos”. La capacidad de persistencia, añade, depende tanto de la genética como de los rasgos vitales de cada especie.
Este estudio representa un llamado urgente para actualizar los modelos predictivos del cambio climático, integrando dinámicas evolutivas reales y no solo rangos geográficos. También impulsa el debate sobre cómo utilizar la biotecnología y la intervención humana para salvar especies que ya no pueden salvarse por sí solas.
Referencias: Anderson et al., 2025, Science, DOI: 10.1126/science.adr1010