Así es como el fuego de los pueblos originarios creó los bosques de robles del noreste de EE. UU.
La gestión milenaria del fuego por los pueblos indígenas modeló los paisajes de robles en Nueva Inglaterra, revelando una relación profunda entre cultura y ecología
Autor - Aldo Venuta Rodríguez
3 min lectura
Durante milenios, los pueblos indígenas del sur de Nueva Inglaterra transformaron radicalmente los paisajes a través de la quema cultural. Esta gestión intencionada del fuego no solo facilitó la supervivencia de comunidades humanas, sino que modeló la composición y estructura de los bosques, permitiendo el dominio de los robles (Quercus spp.) en extensas áreas donde hoy todavía persisten.
Un estudio multidisciplinario, que abarca datos arqueológicos, palinológicos y registros históricos, muestra que las prácticas de manejo del fuego de los pueblos originarios no fueron acciones dispersas, sino una estrategia sostenida durante más de 5.000 años. Cerca de los asentamientos indígenas, la vegetación pirofílica, especialmente los robles, alcanzó entre el 86% y el 91% de abundancia, frente a menores porcentajes en zonas más alejadas.
La lógica detrás de estas quemas era múltiple: facilitaban la caza al abrir claros, mejoraban la producción de alimentos silvestres y reducían los riesgos de grandes incendios descontrolados. La quema frecuente limitaba el crecimiento de especies sensibles al fuego y del sotobosque, favoreciendo una regeneración robusta de robles, pinos y nogales, árboles clave para la subsistencia y la cultura indígena.
El trabajo científico desafía la visión tradicional que atribuye la distribución forestal solamente al clima y al suelo. En cambio, demuestra que la proximidad a los asentamientos indígenas era un factor determinante en la abundancia de árboles tolerantes al fuego, especialmente en áreas con temperaturas medias anuales superiores a 8 °C. Esta relación se mantuvo incluso en periodos climáticos fríos, como la Pequeña Edad de Hielo.
La llegada de los colonos europeos alteró profundamente este equilibrio. El drástico descenso de la población indígena, sumado a la prohibición del fuego controlado, favoreció la densificación forestal y el avance de especies menos adaptadas al fuego. Esto no solo modificó la biodiversidad, sino que aumentó el riesgo de incendios catastróficos y redujo los hábitats abiertos esenciales para muchas especies.
La evidencia de polen fósil, carbón vegetal y documentos etnohistóricos respalda la idea de que los pueblos originarios mantuvieron paisajes resilientes y biodiversos mediante una interacción continua con el fuego. Esta influencia se detecta en la estabilidad de los bosques de robles incluso durante épocas adversas y en la estructura abierta que caracteriza a los bosques gestionados tradicionalmente.
Actualmente, la restauración ecológica en Nueva Inglaterra y otras regiones con paisajes históricos similares reconoce la importancia de reintroducir el manejo del fuego, inspirado en el conocimiento indígena. Las prácticas de quema controlada no solo recuperan hábitats únicos, sino que contribuyen a reducir los grandes incendios y a aumentar la resiliencia frente al cambio climático.
En definitiva, los bosques de robles del noreste de EE. UU. no son un accidente natural, sino el resultado de una compleja relación entre cultura, clima y paisaje. Restaurar la memoria y las prácticas indígenas no solo es una cuestión de justicia histórica, sino también una estrategia eficaz para asegurar el futuro de estos ecosistemas.
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